El pasado lunes 3 de noviembre se presentó en Badajoz y dentro del seno de la Tertulia de escritores página 72, el libro de poemas «La Luna en el Olivar (cancionero de Haikus), obra del autor cordobés José Antonio Santano, y al que tuve el honor de acompañar. El acto tuvo lugar en la sede de la fundación CB (Calle Montesinos, 22).
Sobre la obra y todo lo que nos ha evocado su lectura, durante la presentación, aportamos lo siguiente:
Cuando el economista británico Alfred Marshall hablaba de la atmósfera de distrito en su teoría de la economía de aglomeraciones, es un hecho evidente que no estaba pensado en el caso de las explotaciones olivareras.
Su mirada se centraba más bien en el mundo urbanita de las grandes fábricas anglosajonas y en como la existencia en ese ecosistema moldeaba el espíritu y la forma de Ser y de Estar en el mundo de sus trabajadores y de sus entornos. No obstante, como teoría, bien sabía que las ideas propuestas pudieran ser aplicadas a otros lugares independientemente del contexto urbano o rural donde se dieran, y en ese caso, es evidente que a poco que analizara con cierto detenimiento la cuenca mediterránea y sus olivares, lo identificaría también como un caso paradigmático de sus postulados.
Y lo haría no solamente desde la perspectiva económica, en la que pondría el acento, claro está, dados los beneficios y riquezas que las explotaciones olivareras han generado en los pueblos asentados en las postrimerías del Mare Nostrum, sino que a buen seguro miraría mucho más allá hasta comprobar cómo en ciertos enclaves italianos, griegos, franceses, argelinos o españoles se esconde un origen germinal común, y en donde mucho ha tenido que ver la presencia de tan significativo cultivo.
Esto se pone de manifiesto desde un punto de vista arquetípico tras navegar por las diferentes civilizaciones que pasaron por estos lares: fenicios, griegos, romanos, musulmanes…todos entendieron la importancia de ese portentoso árbol de tallo retorcido y ceniciento con ramas repletas de hojas verdosas y opalescentes, y que gratificaba al final del año con un suculento fruto: la aceituna.
En todos ellos, gracias al crecimiento simbiótico dado entre los pobladores y la explotación de tan importante recurso, se asienta un andamiaje de hábitos y de costumbres (es decir, de cultura) con presencia en cualquier tipo de registros que imaginemos: empezando por la mesa, por supuesto, donde siempre son bienvenidas unas suculentas olivas o el aceite que rezuma de sus entrañas impregnando flavor en los ricos alimentos que por aquí se dan. También son reseñables sus usos en el campo de la higiene y de la salud, gracias a las lociones y las esencias con las que los galenos y curanderos trataban (y tratan) a sus pacientes. Igualmente, es destacable su protagonismo en los rituales religiosos, en los que las olivos siempre han acompañado al hecho sagrado. Por último, y no por ello menos importante, también hemos de mencionar al arte, la manifestación velada de las pulsiones humanas que en los territorios de los que estamos hablando, está también presente el olivo.
Es aquí donde debemos detenernos en nuestra disertaciones, porque es de arte de lo que hemos venido a hablar el día de hoy. En concreto, de poesía y de la obra que presentamos titulada “La luna en el olivar” (cancionero de haikus) del autor cordobés José Antonio Santano, trabajo galardonado con el XXIII premio AEMO de la difusión de la cultura del olivo.
Lo primero que hay que apuntar es que cuando nos adentramos en las delicadas páginas de este libro de cuidadosa edición, es que estamos delante de un canto panegírico a toda la esencia de la cultura que se asienta sobre la sombra del olivar, que es mucho y fecundo como hemos venido a decir antes, tanto que puede llegar a atraer como conjunto la mirada intempestiva del poeta. Tal es lo que le ocurre a Santano con este libro, quien canta con devoción a la presencia (y ausencia) de ese mundo ancestral que forma parte de su Ser.
Y no es casualidad que sea el Haiku el capacho en donde caen sus sencillas pero profundas palabras como si fueran aceitunas vareadas al son del latido del corazón y del tiempo, dejándose mecer al albur del sentido vivencial que otorga la contemplación, y que sirve como guía a la hora de formar los cuidados versos de métrica rigurosa y ajustada al espacio que marca la pauta, como si éstos fueran los trojes en donde caen las olivas al llegar a la almazara.
De ahí que su esencia se perciba como pura, virgen podríamos decir en el argot artesanal olivarero, y como virgen rezuma pureza sin necesidad de retorcer y exprimir el sentido buscado porque en la sencillez viene ya dado todo, como ese aceite lacrimoso que sale del fruto sin necesidad de ser prensado.
La colección de poemas que nos regala Santano es amplia, no existiendo a priori una solución de continuidad en el texto (al menos así a mí me lo parece); realmente es como si cada construcción tuviera vida propia al igual que las prensadas de aceite en cada cosecha según mandan la tradición, en la que cada olivo-poema habla de su verdad distinta y genuina aunque con una espíritu vertebrador que se puede respirar en toda la cosecha-obra.
Y es que es obvio que hay una temática detrás que se deja palpar de una manera más o menos clara y que va acompañando a la lectura.
La esencia podríamos decir que es la percepción del paisaje, el olivar, como parte de la naturaleza y por lo tanto sujeta a sus cambios diarios y estacionales (no son pocos los guiños a los Kigos nipones desde este punto de vista) con tonos distintos probablemente correlativos al propio momento perceptivo del poeta y de su realidad cercana, aprehendida en los olivares jienenses, almerienses, onubenses o granadinos que se nos muestran como auténticas postales.
También surgen otra serie de protagonistas inesperados, como la impronta del legado histórico de aquellas civilizaciones antes mencionadas, donde Atenea tiene un papel destacado como así adelanta el autor en sus dedicatorias. También aparece a pinceladas la figura del hombre-artesano, quien con sus manos, su costumbre y con sus aperos trata con esmero al olivar y a sus frutos.
Por supuesto, también está presente el arte como evidencia subconsciente y aglutinadora de todo lo anterior en forma de absoluto: un arte que se nutre de la poesía machadiana como timón recurrente en algunos de sus cantos, aunque también hay espacio para Miguel Hernández y otros artistas como el arquitecto Juan de Aranda o la guitarrista Inma Morales.
No obstante, esto son sólo algunas apreciaciones personales que a buen seguro nos aclarará el autor a continuación y al que le doy la palabra….
