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El viento de Tánger, acariciando un velo de arena fina
se extiende por toda la ensenada como si fuera el hilo
del que penden flechas apuntando hacia la otra orilla
Sí, Baelo, que en lo profundo agarraste la turbia luz
aún persistes entre adelfas y enebros de tersa copa
esperando un despertar de todos tus antepasados
la voz del tiempo se acurruca en tus derruidos pozos
como camastros donde yacen manos ensangrentadas
y rotas por abruptos amaneceres de húmedas ráfagas
son ellas tan punzantes como cristales junto a la llama
esas que hacen de la piedra un laberinto de gusanos
recubiertos por la saliva del que te saborea despacio
y que te toca con los dedos inocentes del último hijo
Sí, yo te invoco como si fueras la casa de mi único Dios
engalanada por las sedas que vinieron del lejano oriente
con la misma devoción, con el mismo respeto milenario
dejando que mi espalda quede partida por la adoración
que ante tu sombra de extraños aromas de carne me da
allí quedó la última de tus profecías, la que hizo crujir la tierra
y mostró la voz profunda del silencio más diletante
el que le dio vida al mármol con el que te miran sus ojos
a esos a los que los hierofantes cantan
Y hete aquí, recostado
sobre la eternidad misma
esperando un susurro de poniente
que despierte a tus sólidos párpados
la mirada la tiene perdida
evita sumergirse en el abismo:
son sus ojos dos oídos decadentes
sin ninguna pretensión conocida
tan sólo esperan la llamada
de una luz blanca y cegadora
que parta al océano en dos mitades
